Cuando todo terminó, entre el sol sevillano, los tonos grises de diciembre y el rojo húmedo de la lenta tierra batida de La Cartuja, Charly Moyá estaba solo. A solas con su emoción, su raqueta y sus recuerdos. En su retina aún flotaba la bola enredada en la red tras el mal resto de revés de Roddick.
Y entonces, cuando Roddick ya no podía disparar más y la bola había muerto en la red, Charly se derrumbó. No había pinzamientos vertebrales, ni noches interminables en busca de sueños de Davis que huyen al amanecer. Sólo había emoción: la del llanto contenido de Rocky Marciano cuando en 1951 abatió a su ídolo, Joe Louis. Los ojos tan brillantes como los de John McEnroe cuando en 1981 destronó a Borg en el All England. O la explosión emotiva de Michael Jordan cuando selló la final de la NBA en 1996, en el cumpleaños de James, su padre muerto.
Pero ahora se trataba sólo de Carlos Moyá. Y de su sueño. Dentro de la bola de Roddick que se desvanecía en la red, agonizaban todas las pesadillas, todos los demonios del número uno del tenis español. Además, y por encima de todo, Carlos Moyá había ganado la Copa Davis, la segunda de España en cinco años. Por eso será recordado Charly Moyá. Por eso, y por un tenis tan hermoso que recibió el aplauso de Roddick y de todos los americanos.
En el caso de Roddick, se debería escribir reverencia antes que aplauso: con nueve dejadas ganadoras, luminosas como un arco iris, la mano de Moyá rompió las piernas y el alma de Andy y demostró al número dos del mundo quién era el rey en La Cartuja: él, Charly, el hombre que había brindado por su sueño en la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza sevillana. "Me ha ganado siempre en circunstancias distintas a las de aquí. Ahora no pienso dejar que se me escape y que con él se vaya mi sueño. Este iba a ser mi día.", prometió Charly. Cumplió.
Roddick.
Al final, Roddick se quejó a periodistas de su país de "problemas físicos" que casi le forzaron a "retirarse", tras un golpe a contrapié de Moyá en el segundo set. No excuses, Andy. El americano, más adaptado a la pista, jugó mucho mejor que ante Nadal, y tras un primer set ridículo, cogió ritmo se mostró listo para morir con la raqueta y la gorrita puestas.
El mérito fue de Moyá, que no cometió errores en los puntos decisivos de las muertes súbitas en el segundo y tercer sets. ¿Retirada? Pero si Roddick se despidió sirviendo bombas y galopando hacia la red. Otra cosa es que sepa jugar en tierra: no sabe. Ante Nadal y Moyá, en siete sets, Roddick sumó 112 errores no forzados. Su saque se esponjó como si se empapase en balas de heno húmedo. Así, Andy, que no había cedido un set en esta Davis, perdió todos los que jugó en Sevilla, menos uno, el primero, que Nadal también tuvo a mano. Y como Brad Gilbert no estaba aquí para corregir cosas, pues...
Y aquí acaba la Davis que empezamos en Brno, aquella noche checa, mágica y nevada, la primera noche de Nadal. En el febrero centroeuropeo, nosotros, el tocho Novak y sobre todo Stepanek ya supimos de los primeros saltos de Nadal y de su grito de guerra: "Vaamoss". Continuamos en una primavera balear que parecía invierno. En el Coliseo, Ferrero y Moyá mojaron la oreja a los tallos holandeses.
En el calor húmedo de Alicante, el niño Nadal, junto a Robredo y contra Clément, se hizo un poco más hombre. Y en Sevila, sabíamos que Charly Moyá tenía tanta clase en la victoria como en la derrota. Y que era un maravilloso ser humano. Pero ayer supimos que cuando se trata de su sueño, de su emoción y de su Davis, Charly es también el más duro.